miércoles, 6 de junio de 2012

"¿Quién es el culpable?"


Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engaño y comí. Génesis 3:12,13.




Preso en el acto, por tráfico de drogas, Manuel lanza un discurso duro:
"yo soy fruto de la sociedad; soy el resultado de un mundo injusto, don­de a las personas solo les importa ellas mismas. yo soy lo que ustedes me lle­varon a ser. No pude escoger, no tuve oportunidades: yo no tengo la culpa".

Su discurso era fuerte y elocuente. Este mundo es egoísta; cada día que pasa, las personas se preocupan más por ellas que por su prójimo. La ven­ganza y el odio se sobreponen al amor y al perdón. Manuel parecía tener razón.
Vivimos en un mundo en que faltan oportunidades para los jóvenes. Cada año, más y más profesionales son lanzados a un mercado de trabajo cada día más exigente. Faltan oportunidades; falta el deseo de invertir en los jóvenes. Manuel parecía tener razón.
¿Cómo condenar a muchachos que nacen huérfanos; jóvenes que viven sin un modelo a ser seguido; sin un referente paterno? ¿Cómo condenar a un muchacho que, desde sus primeros años, vive la ley de la selva en plena metrópoli? ¿Cómo condenar a un muchacho que mata, para no morir? Ma­nuel, ¡parece que tienes la razón! 


 

Solo que Manuel es un muchacho de clase media, en una de las ciuda­des más grandes del mundo. Segundo hijo de un hogar bien estructurado, siempre tuvo todo en casa: estudió en buenas escuelas; viajaba durante las vacaciones; usaba buenas ropas; frecuentaba los mejores ambientes sociales; tenía un cuarto solo para él; desde niño, tuvo su propia computadora. Si alguien tuvo oportunidades en la vida; si alguien podría hacer la diferencia en la sociedad, ese sería Manuel. ¡Ah, Manuel! Parece que ya no tienes tanta razón.
El problema es que Manuel aprendió, desde pequeño, a colocar la culpa en los demás. El ser humano siempre fue así desde la entrada del pecado: "La mujer que me diste", excusó Adán; "La serpiente que creaste", adujo Eva.
La culpa nunca es nuestra; el responsable nunca soy yo. Ese estilo de vida trae, como resultado, infelicidad, rebeldía, dolor, frustración.
Hoy, en vez de decir, como Adán, "La mujer que me diste por compañe­ra", di: "Señor, pequé. Por favor, ¿puedes perdonarme?

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