Era mediodía en la tierra de
Palestina, el sol brillaba con todas sus fuerzas. El calor se hacía
insoportable; los pies del viajero ya no querían dar un paso más; su frente
estaba perlada de sudor y la lengua empezaba a pegarse al paladar. El deseo de
un sorbo de agua fresca se hacía más fuerte a cada paso. ¡¡Ah, bendición…el
pozo de Jacob!!! Allí se sentó Jesús para refrescarse y descansar, pero fue
interrumpido por alguien que también necesitaba agua para refrescarse del
calor; alguien que sabía que era difícil sacar agua del pozo porque era muy
hondo.
Cuantas veces nuestra alma tiene
sed! Y como aquella mujer encontró que el pozo era hondo. Muchos lo encontramos
así; nos parece demasiado hondo por la ansiedad producida debido a alguna enfermedad
en la familia, o por un hijo que nos dice “Mamá, me voy de casa”. Nos
desesperamos por el esposo(a) que abandona el hogar o porque el dinero no
alcanza y los alimentos escasean…¿Cómo obtener la victoria sobre esa
profundidad y alcanzar el agua que calma la sed?
“Si supieras lo que Dios te puede
dar y conocieras al que te está pidiendo agua…” Hoy también Jesús nos dice, que
no hay pozo demasiado profundo para El. Él bajó desde lo más alto para poder
socorrer a quienes estamos sumergidos en nuestros dolores, angustias y
desventuras. Hoy, Cristo es el que sacia toda sed. Si como la mujer dices:
“Señor dame de esa agua”, serás saciado y la frescura de su presencia inundará
todo tu ser. Con El obtendrás la victoria sobre cualquier situación, por más difícil
o profunda que sea.
“Yo soy el pan que da vida. El
que viene a mí, nunca tendrá hambre;
y el que cree en mí, nunca tendrá
sed.” Juan 6:35
Cortesía de: http://www.palabrasdevida.org.ve/
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